Arte y proceso Constituyente: Algunas perspectivas generales desde el pensamiento Estético-Político en el Chile Actual

 

Por Cristian Fernández Toro[1]



El actual proceso constituyente comenzado en octubre pasado, por gracia de la acción soberana de la ciudadanía a través de su pronunciamiento en las calles, ha favorecido la reflexión y la deliberación dentro de diversos grupos y comunidades humanas en torno a las diferentes visiones sobre un nuevo Chile. Este acto creativo ofrece una oportunidad única en la historia, y esta oportunidad se manifiesta a través de la cualidad descrita: La creatividad.

El acto de crear un nuevo Chile se traduce en el ejercicio de pensar cómo deseamos aparecer en la historia. De ahí que la Cultura se entiende como producto de las relaciones humanas, por una parte, y de las transformaciones que estas producen en el mundo, por otra. A su vez, el aprendizaje crítico de nuestra cultura tiene por objetivo la necesidad de construirla y adecuarla según las necesidades de quienes la habitamos. Se trata de trazar nuestro destino, crítica y creativamente como proyecto histórico. (Freire, 1972)[2]. Por tanto, el proceso constituyente (en tanto deseo explícito de transformación creativa) nos remueve, nos afecta y nos invita a cada unx a pertenecer, como quien dice, desde su propia trinchera.

Esta afección que nos lleva a la acción transformadora creativa es producto de, entre muchas otras cosas, el conocimiento sensible que generamos a través de la percepción de lo político, entendido esto como la estética de aquel escenario en donde sucede nuestra historia. El problema es que lo político está jerarquizado, lo que produce un reparto de lo sensible (Rancière, 2000)[3]. Dicho de otra forma, aquello que percibimos de nuestra realidad está siempre premeditado por una permisibilidad de lo que consideramos “normalidad”. Sin embargo, dicha normalidad no es gratuita. Ha sido diseñada por quienes han pretendido hegemonizar la cultura, expulsando de la condición de “normalidad” todas aquellas identidades no alineadas con su proyecto totalizador. Es una suerte de dialéctica Hegeliana entre amos y esclavos, donde los amos ordenan lo sensible mientras los esclavos perciben y acatan el orden. Sin embargo, incluso el esclavo Hegeliano es capaz de emanciparse a través del poder oculto dentro de su propia subjetividad. Cuando aquellas identidades silenciadas o invisibilizadas se tornan visibles y vociferantes, se produce la política del disenso: Aquel momento en que el enfrentamiento puede dar lugar a un nuevo ordenamiento por la búsqueda de la igualdad.

Es precisamente este campo de visibilidades, sonoridades y múltiples sensorialidades, aquel espacio-tiempo en que el arte se encuentra con lo político. Este nuevo pensar estético novosecular comienza a valorar el pensamiento sobre la sensación como una expansión del arte hacia las relaciones sociales y políticas. Nuestro arte, en estos términos, no pretende ser político necesariamente en el plano de la militancia, del arte “comprometido”, o de una política mimética. Es más bien, dicho en términos brutalmente sencillos, un espacio libre de jerarquías, en donde las materialidades implicadas ofrecen nuevas fantasías que son capaces de subvertir órdenes impuestos. Es capaz de imaginar nuevas realidades, y muchas veces adelantarse a los hechos.[4]

Por tanto – y haciendo la correspondiente bajada a lo cotidiano – nuestra entrada como artistas al proceso constituyente puede ofrecer a este mecanismo institucional, una mirada liminal desde el conocimiento sensible de la sociedad. Ranciére se opone a la tradición platónica en que subordinados están condenados inexorablemente a vivir una vida de opresión, proponiendo la posibilidad de salir del círculo de la desigualdad que fija a cada uno a ocupar un lugar en ese “común” para entrar en un espiral emancipatorio de igualdad donde podamos pensar, escribir, ver, hablar y hacer varias cosas a la vez (Mentasti, 2015).[5]

Propongo como ejemplo a Chile, para entender mejor, en tanto país fuertemente arraigado en una institucionalidad fuerte. A lo largo de 200 años de historia, tres proyectos constitucionales inyectados a fuerza de bala, de semblante incorruptible y fundados en los valores portalianos, han instalado en el imaginario social dos aspectos fundamentales relacionados con un tipo de aesthesis de lo político: La existencia de un aparato legal, burocrático y racional fuerte, por un lado, y una figura carismática y autoritaria que lo defienda y represente, por otro lado[6]. Para profundizar, este par de principios pensados como ideal estético[7] han traído por consecuencia – solo por mencionar algunas – la incapacidad del estado para actualizarse según las necesidades de las comunidades conforme avanza la cultura, debido a que toda modificación profunda es entendida como un atentado al ideal nacional impuesto; la legitimación de la violencia estatal como la única posible para defender el orden idealizado, deslegitimando y criminalizando la autodefensa de las clases populares; la creencia común de que el estado sólo puede ser creado por quienes son portadores del conocimiento racional necesario, comúnmente ligados al estudio del derecho.

Por tanto, la respuesta contrahegemónica reside en cuestionar a través del pensamiento estético, y los productos simbólicos del arte nos ayudan a cumplir ese objetivo. El pensamiento Rancieriano se comprende a través de mayo del ’68, era en que el arte público, relacional y la performance adquirió protagonismo para otorgar experiencias estéticas diseñadas para alterar las estéticas tradicionales. Tal como alterar la estatua en el centro de la plaza dignidad nos invita a sentir, percibir y comprender cómo algo que estaba oculto se ha develado, y ha transformado los escenarios sensibles a través de una dislocación del orden tradicional. Es, volviendo al ejemplo, la posibilidad de entender y reformular aquel ideal estético atribuido al orden, la autoridad, la expertiz espectacular[8] con imaginarios creados que permitan dar vuelta esa jerarquía. En respuesta, hemos creado íconos como Matapacos, el naruto running de La Abuela, el ritmo de los tradicionales caceroleos que ahora se extiende a bocinas, silbidos, aplausos. Un compilado popular de símbolos cuya estética permite dar una respuesta a la estética asumida por el poder y el conservadurismo. De tal manera, como artistas podemos ayudar a comprender este conocimiento estético, podemos propiciar instancias de reflexión, crear productos simbólicos que sean a la vez reflejo de las identidades propias de este Chile, lo cual sin duda permite comprender mejor los procesos históricos, políticos y sociales.

La estética ordena un nuevo sistema de reconocimiento de signos de identidad de los estilos de vida, las ideologías o los modelos de organización social. La estética es utilizada como instrumento de la condición social en las culturas contemporáneas. Las sensaciones o las impresiones estéticas son transfiguradas en objetos comprensibles. (Contreras y Ramírez, 2019).[9]

Tal como las estéticas-políticas pensadas desde las vanguardias del siglo pasado, principalmente en Europa, en América Latina surgieron movimientos que actuaron resistiendo y respondiendo desde el pensamiento estético en contra de la “era de las dictaduras” en nuestro continente. Con el tiempo, estas respuestas han desembocado en un pensar estético que se ha definido como la “encrucijada descolonial”[10] que en diálogo con los Estudios Culturales han ido proponiendo líneas de reflexión en torno a la acción política y valor cultural de las producciones Latinoamericanas problematizadas en las más diversas áreas de conflicto. Es así, como en Latinoamérica también es posible contextualizar y conceptualizar las formas de pensamiento estético-político desde una mirada descolonial. Como vuelven a señalar Contreras y Ramírez:

El régimen estético del arte político en Latinoamérica se define a partir de la mirada comprometida de sus artistas y las relaciones del arte con la crisis humana en momentos delimitados y geopolíticos específicos. Bajo estas circunstancias el arte latinoamericano ofrece un espacio público donde se ha mostrado desde lo visible a lo invisible, utilizando la monumentalidad, el muralismo o la performance con una finalidad subversiva. El imaginario artístico ha descubierto lo encubierto por la fuerza de la opresión. A pesar de la diversidad de realidades humanas de las regiones latinoamericanas, reconocemos la base política de un arte revolucionario que funda un régimen estético específico. Este régimen estético de la subversión recupera la herencia del tiempo (del pasado histórico) y la potencia heterogénea de la hibridación cultural.

 

 

Como se explica, el arte político en Latinoamérica ha acompañado procesos relacionados a la resistencia a gobiernos autoritarios, quienes por su parte también se han mostrado preocupados de producir símbolos e imágenes, y de realizar actos de apropiación y fagocitosis de los símbolos entendidos como revolucionarios. Estos procesos, en nuestro continente, tampoco han podido ser despojados de los condicionamientos que la condición colonial y la modernidad en sus diversas fases han impuesto en nuestras sociedades, de tal manera que, junto con establecer una lucha contra las diferentes expresiones del neoliberalismo, la estética-política en Latinoamérica ha puesto muchas veces sus empeños en desprenderse de toda imposición colonial y de la modernidad, entendida como el sistema desde el cual emana una colonialidad del ser, hacer, poder, saber y muchas otras dimensiones.

Al instalarse la colonia en América, la forma de percepción sensible debe adaptarse a la que imponía la aesthesis del colonizador. Esta aesthesis estaba ya poseída por los ideales estéticos que regían en Europa, desplazando e invalidando las estéticas locales, y por tanto reduciendo las producciones simbólicas al terreno de lo exótico. Como Señala Rolando Vásquez, entrevistado por Becerra (2015):

si vemos su dimensión política, un poco lo mismo que con la desobediencia epistémica, es claramente un tema que desborda los espacios del arte. Al introducir este tema no solo se desobedece o se fractura la autoridad de esos espacios institucionales: el museo, la galería y la lógica de los performances y la lógica de la escuela de arte, sino que también se cuestionan las practicas aiesthesicas, del sentir como prácticas de lucha política que tienen que ir más allá de sus instituciones, en las que se puede conectar con muchas otras luchas, como acabo de decir. Entonces, por un lado sí, la aiesthesis decolonial es importante para combatir esa esfera de dominio que conforman las instituciones del arte y por otro lado no, porque nos lleva más allá de las instituciones, nos lleva al proyecto político de la opción decolonial. [11]

Por tanto, la opción decolonial[12] se presenta no solo como el momento en que re-pensamos y re-articulamos nuestra producción artística, sino que como he mencionado anteriormente, también se nos abre como la posibilidad de pensar estéticamente lo político desde la aiesthesis decolonial. Esto, en procesos de reforma y revolución actúa como un marco teórico importante a la hora de llevar a cabo ciertas acciones concretas. Propongo algunas:

(1)     La posibilidad de acompañar, y en ningún caso sustituir, otras luchas articuladas y expresadas en formas de desobediencia civil, protesta ciudadana, articulación de movimientos sociales. Hago énfasis en evitar – o más bien negar tajantemente – la sustitución de otras formas de resistencia, debido a que es común idealizar el arte en revolución pensando que es una manera pacífica y óptima por la poca transgresión. Pongo como ejemplo el siguiente: Podemos divulgar “El Derecho de Vivir en Paz” en las redes con el objetivo de visibilizar el discurso presente y su carga estética y semántica. Muchas veces ciertos sectores aprovechan lo “bello” de esta forma para pensar que es la única válida, contraponiéndola a una acción performática en espacio público, o a la desobediencia civil en las marchas. Esto ha sido una corriente muy habitual en ciertos sectores “noeslaformistas”[13] y el problema es que, a través de este discurso, la acción política del arte queda reducida a lo instrumental, a una estetización cercana a la sublimidad romántica cuyo resultado es la cancelación de toda reflexión estética y política sobre los procesos de insubordinación gracias a los cuales se han producido los cambios. Por esto, señalo que el arte acompaña y forma parte, pero en ningún caso debe sustituir formas de lucha que alimentan su dimensión social.

(2)    La posibilidad de revisar la manera en que construimos una identidad latinoamericana a través del arte sin caer en apropiaciones o totalizaciones culturales. No es posible hablar de una estética decolonial, sino que de múltiples procesos que se sitúan en esta encrucijada. De tal manera que esta construcción identitaria debe valorar las expresiones locales que nacen de una multiplicidad de comunidades al interior de un territorio. El espacio-tiempo indígena, urbano, campesino, entre otros, son geo-locaciones y temporalidades cuyas expresiones en conjunto y por separado se leen a través de lo decolonial.

(3)    La posibilidad de articular propuestas en torno a políticas culturales dentro de las constituciones. Tal como ha propuesto Nestor García Canclini (1987)[14], la conceptualización en torno a la cultura en Latinoamérica debería ir más allá de la utilización burocrática del término. Entender y empoderar las estéticas de los pueblos latinoamericanos es una clave para construir una política cultural que se pronuncie desde la cultura críticamente creada y transformada por quienes la realizan.

De esta manera, se hace necesario entender no sólo cuánto financiamos a través de políticas públicas el desarrollo de las artes, sino que también establecer la pregunta por el qué, para qué, por qué, cómo y dónde de ese financiamiento (entendido este como el medio económico para sostener las producciones simbólicas de los trabajadores del arte), al mismo tiempo en que esas preguntas dialogan con la estética de su contexto cultural. Dicho de otra forma, debemos trabajar por y para construir una cultura que desde sus diversas expresiones pueda enunciarse desde el conocimiento sensible generado por esta geo-locación llamada Chile.

Como palabras al cierre, con este escrito reflexivo sólo he intentado dificultosamente levantar algunas propuestas conceptuales desde lo que ha emanado desde el deseo participativo del rubro artístico el último tiempo. No basta con decirse comprometidos con determinados slogans, sino que nuestro conocimiento sensible debe contribuir a entender mejor los procesos sociales cuyo objetivo es desmantelar el dañino aparato neoliberal en crisis, proponiendo acciones concretas para transformar la cultura y sus productos simbólicos en orden de buscar una línea argumental consecuente con los ideales progresistas en todos los márgenes de la vida.

No basta con decirse médico, hay que practicar la medicina, de la misma forma que no basta decirse arte políticamente, hay que construir política entendiendo su vínculo con el arte.

 



[1] Licenciado en Música UAHC. Titulado en Composición Musical UAHC. Estudiante de Magíster en Artes con Mención Música vía Creación (Composición de Música Docta) de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

[2] Freire, P. (1972). Sobre la acción cultural. Santiago de Chile: ICIRA.

[3] Rancière, J. (2000). El Reparto de lo Sensible. Santiago de Chile: LOM Ediciones.

[4] Para una buena profundización de estas nuevas estéticas, sugiero leer el artículo de Rodrigo Montenegro titulado “Estética y política: algunaspropuestas novoseculares”.

Si bien no quiero enunciar nada comprometidamente desde alguna teoría en específico, me parece interesante dialogar con estas teorizaciones para entender como los actos creativos artísticos se vinculan con la creatividad en términos culturales. Pienso que no sólo es posible realizar lecturas sociológicas del producto artístico, sino que además imaginar a través de esta creatividad, aquello que aparentemente es imposible para las estructuras de dominación. Véase:

Montenegro, R. (2017). Estética y política: algunas propuestas novoseculares. AISTHESIS, (62), 49-66.

[5] Mentasti, J. (2015). Pensar entre Estética y Política, según Rancière. X Jornadas de Investigación en Filosofía, 19 al 21 de agosto de 2015, Ensenada, Argentina. En Memoria Académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.7619/ev.7619.pdf

[6] Araujo, K., Beyer, N. (2013). Autoridad y autoritarismo en Chile. Reflexiones en torno al ideal-tipo portaliano. Atenea, (508), 171-185.

[7] Aquí es válido pensar en un ideal estético como lo ha sido el ideal de lo bello. Lo bello es deseable en tanto nos complace por su perfección. Desde una politización de la estética, es muy útil para el stablishment entender ciertos principios como ideales de perfección.

[8] Entiendo lo espectacular como Guy Debord en la sociedad del espectáculo. Debord, G. (1967). La Societé du Spectacle. París: Buchet-Chastel.

[9] Contreras, F. Ramírez, M. (2019). UNA APROXIMACIÓN A LAS MIRADAS SUBVERSIVAS EN EL ARTE POLÍTICO DE LATINOAMÉRICA. Atenea, (520), 45-61.

[10] Palermo, Z., López, I., Mellado, J., Achinte, A. (2014). Arte y Estética en la encrucijada descolonial. Buenos Aires: Editorial Del Signo.

Gómez, P., Mignolo, W., Achinte, A., Tlostanova, M. (2014). Arte y Estética en la encrucijada descolonial II. Buenos Aires: Editorial Del Signo.

[11] Vazquez. R, Barrera. M (2015). Aesthesis decolonial y los tiempos relacionales.Entrevista a Rolando Vázquez . Calle14, 11 (18), 76 – 94.

[12] Muchas veces se encuentra el termino Decolonial. Otras veces se utiliza Descolonial. Sin embargo, en la práctica se evidencia que ambos términos son utilizados para conceptualizar lo mismo, por lo que no considero importante profundizar en esta diferencia.

[13] Según Pamela Jiles, aquellos que se refieren al “no es la forma” para criticar ciertas formas válidas de defensa ciudadana.

[14] García Canclini, N., Bonfil, G., Brunner, J., Franco, J., Landi, O., Miceli, S. (1987). Políticas Culturales en América Latina. México DF: Grijalbo. 

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