Televisión: Un espacio en disputa desde la performance.

Dentro de los elementos que me inspiran a escribir estas líneas, se encuentra la tradicional algarabía festivalera que anima las sobremesas del chileno promedio, año tras año, durante cada mes de febrero. 
En lo que transcurre aproximadamente una semana y media, somos testigos de cómo el principal escenario de Chile pasa de ser un mero espacio físico, acomodado para la representación, a un espectáculo que deja siempre mucho paño para cortar. Un paño que trasciende sistemáticamente la superficialidad de las presentaciones hacia una reflexión - en el sentido físico y filosófico de la palabra - profunda sobre lo social y lo político de este vertiginoso país. 
Me he propuesto sobre estas bases, desglosar dos puntos que me parecen fundamentales de tener en cuenta para quienes trabajamos en el mundo del arte, y quisiera exponer la importancia de comprender en el debate intelectual, estos fenómenos políticos para quienes pretenden elevar un mensaje de cambio y reestructuración social.

 La Televisión como espacio en disputa.

La tecnología acompañó un proceso de aceleración en el traspaso de informaciones a nivel mundial, tal como todos los medios de comunicación masivos, que sirvieron siempre como elementos facilitadores en la construcción de lo que Guy Debord describió como la sociedad del espectáculo. En este sentido, el producto audiovisual se consolida como un articulador de discursos, contenidos y control de masas. 
El espectáculo es en primer lugar, un simulacro (Beaudrillard). El contenido televisivo es la simulación de lo real, sin llegar a serlo. Dicho de otra forma, el relato transmitido es una interpretación de lo real, asumido como verdadero e irrefutable por las masas. 
Los dueños de las emisoras provienen de las elites que manipulan el espectáculo a su favor. En este sentido, el mecanismo audiovisual ha sido históricamente comprendido a la perfección por la sociedad neoliberal, y muy desaprovechado por los intelectuales de las izquierdas, quienes se han negado sistemáticamente a efectuar una reflexión en torno al porqué del consumo de televisión por parte de las masas. Se ha condenado la enajenación que produce sobre los sujetos, mas se ha olvidado que representa un canal difusor de contenidos, articulador de consciencias. La lucha por democratizar los espacios audiovisuales parece no ser tema, y sólo se ha catalogado como un espacio frívolo, lejano de la intelectualidad. ¿De qué sirve para un intelectual orgánico (Gramsci) alejarse de los gustos y costumbres de la clase que pretende representar?

La televisión, tal como el cuerpo, el mercado, la consciencia; viene a representar un espacio en disputa propio de nuestra era. La sociedad moderna elimina la historia y la memoria para dar lugar a la exaltación de lo inmediato, las verdades inmediatas. Así nos encontramos con que la única verdad asumida como tal, pudiese ser aquella que se nos entrega en en forma de una performance espectacular. Por ejemplo, resulta creíble en un matinal, la nueva dieta que nos permite bajar de peso en tiempo récord, entregada por un médico del cual no tenemos antecedentes ni evidencias, porque una sociedad que persevera en eliminar la memoria histórica, se empeña también en eliminar la evidencia como agente medible de la historia. Esto representa una práctica sistematizada del poder, que no permite la democratización, porque además no existe la instancia de debate, de subversión ni de crítica dentro de la televisión, ni fuera. Al público ya no le interesa cuestionar, si no que se entrega a la comodidad del consumo y su poder libidinal (Castro-Gómez), y a los intelectuales les resulta un espacio promiscuo y burdo que pareciera no representar una posibilidad efectiva de una toma reivindicativa del poder popular.  

El elemento performático. 

Las discusiones y definiciones en torno a la performance son, hoy en día, extensas. Básicamente podríamos convenir en que una de las bases del performance fue su espontaneidad. El sacar el arte de las galerías y teatros para instalarlo en lo cotidiano, valiéndose sólo de la mente y el cuerpo del artista, llevaron a esta práctica a una categoría política - entendido como postura rupturista - frente a un público interpelado de manera inesperada. Así, este acto podría involucrar elementos de la realidad, y no quedarse en lo puramente mimético, distanciado totalmente de lo real. 
La precariedad de la performance nos lleva a la reflexión sobre el poder del cuerpo y la palabra. Si ya la consciencia es considerado como espacio en disputa, el cuerpo es la materialización más pura de la consciencia, puesto que constituye la herramienta más básica para instaurar un sistema de comunicación verbal y no verbal, de suma potencia. 
El cuerpo en este sentido, no es sólo la expresión de un lenguaje sin contenido, sino que además en él reside toda expresión de dimensiones políticas: la sexualidad, el pensamiento, el mercado, la violencia, etc. Es por este potencial, que la corporalidad ha sido tan profundamente estudiada y explotada por el mercado. Y es, por tanto, desde la corporalidad y su potencialidad performática, que el sujeto es capaz de transformar, interpelar, remover, conmover y cuestionar. En la sociedad del espectáculo, la sobre explotación del cuerpo demanda una reivindicación y empoderamiento del sujeto sobre su propio cuerpo, que es su propia infraestructura. 

Así, dentro de la televisión está la posibilidad de que cada sujeto puede configurarse como un agente performático. Este "personaje" que cada celebridad construye, no es más que una representación performática de aquello que quiere comunicar, ya sea construído independientemente, o como un mero títere del poder en los espacios televisivos. Esto es una dimensión de aquella disputa que pretendo describir. 
Desde fuera del mundo televisivo espectacular, se da la posibilidad de interpretación de cada uno de los espectaculos construídos. La televisión se transforma en un aparato del cual se extraen lecturas, y así, como existe la postura "Apaga la TV", también podemos encontrarnos con la tremenda posibilidad que tienen los intelectuales comprometidos de extraer relatos que sean favorables a las clases populares que pretendemos representar. 

De esta manera, dentro de la dinámica de globalización, el elemento de las redes sociales también permite la oportunidad de una performance virtual, y así muchos interactúan desde sus perfiles creados que representan la posibilidad de ejercer una opinión, y provocar un impacto desde lo visual y audiovisual.
Si una instancia tan personal como un perfil en la red social representa una posibilidad de impacto, la televisión es entonces una instancia de exaltar lo mediático del personaje creado. 

... de esto, ¿Qué sacamos?

Esta es la importancia que tiene un evento televisivo como Viña Del Mar. Desde que los ejecutivos de los canales tienen la libertad de escoger contenidos (Discursos), todo se transforma en una disputa por el poder. Viña del Mar es el simulacro del año transcurrido. Entre humor, galas, cuchicheos y demases, se deja entrever el comportamiento de la sociedad chilena, y cuán efectivos han sido los relatos que se han articulado desde la performance del espectáculo.
Así, de la gala extraemos el abuso de opiniones sobre la figura femenina; y del humor, las descargas satirizadas de los humoristas junto a la consecuente reacción de las masas. 
El rol intelectual, casi a modo de invitación, es efectuar lecturas más allá de lo frívolo de los eventos.
 Comprender la dinámica del espectáculo y los simulacros, pueden significar un paso más en la disputa del poder. 









Comentarios

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Gracias! Estuve estudiando mucho sobre la performance el año pasado y esto me viene muy bien para seguir con ello :) donde leo más de tus articulos?

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    1. Daniela,
      En este Blog, que recién comienza, subiré artículos de variadas reflexiones.

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  3. Excelente artículo, muy entretenido y Buen expuesto. Felicitaciones

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