Emancipar la música del machismo: El mea culpa de la cultura musical chilena y el rol de la mujer.
A mediados del año
pasado, asistí a una mesa de conversación de compositores chilenos que ejercen
docencia en universidades. Lo que nos convocaba en aquella oportunidad era
hablar sobre la enseñanza de la composición en Chile.
Durante el tiempo de
preguntas a quienes presidían esta mesa, se destacaron aquellas que buscaban
reflexión sobre la poca presencia de mujeres chilenas en el ámbito docto, y en
la composición académica en general. Todos respondieron: “Debe ser la falta de
interés”. Incluso Eduardo Cáceres, que ha sido acusado numerosas veces de acoso
a estudiantes mujeres – últimamente en la Universidad de Valparaíso – completó
la reflexión diciendo “El error de la mujer es intentar parecerse al hombre”,
en contexto de que según él, todas sus alumnas preferían la música popular tras
no poder desarrollarse en el campo de la música docta.
Parto contando esta
anécdota de tintes profundamente faranduleros, para extraer una reflexión que
desde hace mucho nos viene pidiendo a gritos un cambio en las formas y en los
fondos de la creación musical. Es por eso que hoy, 8 de marzo (Día
Internacional de la Mujer), quiero proponer esta reflexión haciendo caso a las
mujeres que hoy luchan. No pretendo invadir espacios, ni hacerme protagonista.
Sólo quiero realizar el Mea Culpa que es necesario y que no se ha hecho, con el
fin de emancipar nuestro arte de los cánones patriarcales.
La
visibilidad de la Mujer Compositora en Chile.
Cecilia Margaño,
pianista y académica de la Universidad de Chile, en algún momento declaró: “falta
un espacio en la institucionalidad y educación para que las jóvenes puedan
dedicar su energía en formarse, componer y encontrar la felicidad en la
música”.
Efectivamente, la
presencia de literatura musical sobre el legado femenino de tradición oral,
popular o escrita es prácticamente escaso en nuestro país. Esto tiene que ver
con que los estudios sobre género y la musicología aún no se han fusionado de
forma potente, ni han contado con el análisis y reflexión dignos de una era que
hace suya la discusión sobre sexo, género y sexualidad. En otras palabras, como
señala Guadalupe Becker, “La investigación sobre artes y género en Chile
presenta la gran dualidad que surge al enfrentar la deuda histórica de falta de
bibliografía, y al mismo tiempo, la necesidad de plantear la discusión acerca
del feminismo como parte integral del pensamiento contemporáneo” (Becker, 2011).
Este abandono del mundo
intelectual-artístico femenino, tiene su origen en los albores de nuestra
historia republicana. En los salones del siglo XIX, el rol de la mujer se
mantuvo en el margen de la entretención de eventos sociales. Esto trajo como
consecuencia el tremendo desarrollo de intérpretes y compositoras, cuyas obras
fueron apartadas a la categoría de “obras de segunda” que comprendía géneros entendidos
como “ligeros” (Canción alemana, música de salón, entre otras). Aquellas
compositoras que quisieron estrenar obras de mayor categoría para la época, sufrieron el juicio
social y el desprestigio de ser una mujer “pública”, ya que era mal visto que
una mujer se alejara de las labores domésticas.
Es precisamente esta
tradición patriarcal, la que produjo tanto desconocimiento por siglos en el
estudio de la mujer artista. Con la
democratización paulatina de la información y el acceso a las universidades, este
mundo femenino se encuentra con nuevas dificultades.
Por siglos, la mujer en
tanto cuerpo fue vista como objeto de inspiración, y en esta condición, era
impensable que el objeto retratado se transforme en ente creador más aún en una
sociedad cuyo modelo fundacional se basa en la mujer madre, criadora y dueña de
casa. Muchas han debido sortear el obstáculo del acoso sexual ante el deseo de
querer aspirar a un puesto de mayor difusión, y esto es un pecado que no se ha
confesado desde la vereda masculina dominante en el mundo
intelectual-artístico. Solamente la musicología feminista nos ha otorgado la
posibilidad de extraer explicaciones al porqué de esta situación vergonzosa en
una expresión humana que es capaz de asumir un discurso político, como lo es la
música.
Desde el punto de vista
más popular, el juego de la industria discográfica no ha estado ajeno al
problema, aún en una era que supone estar mucho más abierta a la difusión
musical. En general, la industria entendida en la dinámica post-moderna levanta
discursos machistas de manera mucho más estratégica. De esta forma, se levantan
simulacros encarnados en una imagen comerciable de artista, que ahora es
entendido como un ser del espectáculo. Las estéticas entonces, articulan una
imagen que seduce mediante lo musical, y de esa forma, el discurso
heteronormado y patriarcal se cuela entre las audiencias. Conocido es el caso
del reggaetón. Sin embargo, el discurso machista es algo que no es exclusivo a
géneros que explotan lo corporal y lo sexual, sino que se manifiesta de manera
mucho menos evidente mediante la lírica y lo textual, dentro de otras formas
musicales. En este sentido, es incorrecto señalar que existen formas musicales
machistas según sus elementos técnicos. Pero si es correcto decir, que existen
representantes e industrias que se apoderan de la poética musical para
establecer discursos patriarcales y misóginos, mediante lo visual y lo audible.
Existe mucha presencia
musical femenina en Chile, con variadas tradiciones. La tarea de los hombres es
abrir espacios y des-hegemonizar el arte, partiendo por reconocer esta realidad
histórica de privilegios de unos sobre otros. Nuestra tarea conjunta es
diversificar y emancipar el arte de esta carga. La invitación es, desde
nuestras realidades, a contribuir con la visibilización de la diversidad en la
música. La música es una forma de comunicación, y en esta dimensión, es una vía
de expresión de los cuerpos. Y aquello que sucede en el cuerpo, es político
cuando entra en dinámicas sociales. Dicho de otra forma, lo personal (como la
sexualidad y el género) tienen incidencias políticas y han sido desde siempre
espacios en disputa por distintos actores sociales. Por ende, la música en
tanto expresión, es una materialización de lo personal, y lo personal es
político cuando se es víctima de un sistema jerárquico y dominante.
Sólo a modo de
homenaje, pretendo nombrar mujeres importantes en la historia de nuestra
música. Me disculpo de antemano si se ha pasado alguna por alto, pero es un
intento de exaltar a estas mentes activas de nuestro arte.
En la tradición académica:
Isidora Zegers, Carmela Mackenna, María Luisa Sepúlveda, Ema Ortiz, Marta
Canales, Lucila Césped, Ida Vivado, Estela Cabezas, Leni Alexander, Sylvia
Soublette, Iris Sangüesa, Cecilia Cordero, Eleonora Coloma, Diana Pey, Paola
Lazo, Carmen Aguilera, Pina Harding, Gloria López, Carolina Holzapfel, Lidia
Urrutia, Lily y Mercedes Pérez Freire, Scottie Scott, Laura Fuentes, Catalina
Claro, Daniela Conejera, Karla Schüller; sumando al creciente número de
estudiantes y egresadas de las carreras de composición en distintas
universidades.
La interpretación
musical, acoge figuras como: Elena Waiss, Edith Fischer, Flora Guerra, Elisa
Alsina, Clara Luz Cárdenas, Herminia Raccagni, Patricia Castro, Margarita
Herrera, Fernanda Ortega, Ruby Reid, Verónica Sierralta, Carmen Rojas, Rayén
Quitral, Verónica Villarroel, Carmen Luisa Letelier, Cristina
Gallardo Domas, Pilar Díaz, Marcela Holzapfel, Myriam Singer, Carmen Luisa
Letelier, Catalina Bertucci, Carolina Ullrich, Carolina García, Jazmín Lemus, Alejandra
Santa Cruz, Pamela González, Gina Allende, entre muchísimas otras.
En tradiciones de
inspiración folklórica e investigación, tenemos el legado de Margot Loyola,
Violeta Parra (Quién ha alcanzado renombre internacional gracias a la poética
de su arte y de su imagen), Gabriela Pizarro, Rosa Cataldo, Blanca Tejeda,
Petronila Orellana, Esther Martínez, Camila Bari, Derlinda Araya, Clara
Solovera, María Ester Zamora.
En el mundo más actual,
ligado a la trova y la nueva canción, están Magdalena Matthey, Francesca
Ancarola, Elizabeth Morris, Isabel y Tita Parra, Carmen Prieto, Clarita Parra,
Rosario Salas, Mariela y Cristina González, Charo Jofré, Tita Munita, Katty
Fernández, Silvia Urbina, Capri, Isabel Aldunate, entre otras.
La oleada del nuevo S.
XXI, nos trajo a Camila Moreno, Fabiola González “La Chinganera”, Pascuala
Ilabaca, Rocío Peña, Evelyn Cornejo, Sabina Odone, Francisca Meza, el proyecto
femenino Las Polleritas, Ana Tijoux, Camila Gallardo, Mon Laferte, Francisca
Valenzuela, por mencionar algunas.
Grupos cuequeros como “Las
Capitalinas” o “Las niñas”, o mujeres cantantes a lo largo de la historia de la
música radial como el dúo Sonia y Myriam, Ester Soré, Palmenia Pizarro, Rosita
Serrano, Malú Gatica, Alicia Quiroga, Carmen Cuevas, Cecilia La incomparable,
Nadia Milton, Fresia Soto, Luz Eliana, Gloria Aguirre, Rita Góngora, Maggie o
Mayita Campos, María Teresa, Gloria Benavides, Isabel Adams.
También en el mundo del
rock y la psicodelia, el caso de Denise (Aguaturbia), Sol Domínguez, Cecilia
Aguayo, María José Levine, Javiera Parra, Juanita Parra, Arlette Jequier,
Nicole, Denisse Malebrán.
Durante los años 90,
Colombina Parra, Rose Marie Vargas, Sara Ugarte, Evelyn Fuentes, Cathy Lean,
Alejandra Araya, Carolina Soto Mayor, Ema Pinto, El duo Corrosivas, la banda
Mamma Soul, Michelle Espinoza, Moyenei Valdés, Natalie Santibáñez, Nicole y Sol
Aravena, Chimenne Cubillo, Caroline Chaspoul.
La invitación es a
engrosar esta lista, de por sí creciente. A visibilizar y abrir espacios. A
deconstruirnos como artistas y a des-aprender el canon impuesto.
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